¡Juzguemos a Cristina!
Si
vamos a participar de, o emprender un juicio político y judicial a la
ex presidente Kirchner, desde nuestra posición de “hombres de Dios”,
debemos demandar de nosotros mismos el adecuarnos a los principios de la
legalidad, la impersonalidad, la moralidad, la publicidad, la
economicidad y la eficiencia.
Hasta
hoy, mis consideraciones en la web nunca se dirigieron a juzgar,
censurar, sentenciar o condenar a nadie, aunque mi capacitación en
Justicia Arbitral me posibilitase hacerlo, pero sobrepasa a todo otro
tipo de orden mis convicciones bíblicas, que para este asunto, antes de
todo registro aquí que una cosa es la autoridad de gobierno de la
Iglesia y para la Iglesia, y otra muy diferente la del Gobierno Civil y
los ciudadanos. No veo como un ciudadano cristiano pueda tener más
autoridad en juzgar un gobernante que otro ciudadano; y a la Iglesia,
contra cualquier mal, si no estuviera unida como debe.
En
otras palabras más simple, yo, ciudadano, no tengo cualquier autoridad
ni derecho ni deber por juzgar, sentenciar y condenar a la cárcel a
ningún gobernante. En el marco jurídico y legal que los ciudadanos
argentinos vivimos en Democracia, existen los tres Poderes del Estado,
uno de los cuales debe contener todos los crímenes y delitos hasta la
consumación de sus respectivos juicios.
Cuando
el Kirchnerismo, en su estirpe revolucionaria contra “El Imperio”
modificó o creó más de 300 leyes substanciales para un país en serio,
caía de maduro que el movimiento era antiimperialista, y con el viento a
favor en toda América Latina, sería más que natural el despojamiento de
unos y el favorecimiento a los otros. A final, por más de 200 años El
Imperio gobernó a la Argentina por medio de sus multimillonarios,
católicos y militares, y la revuelta era más que segura de acontecer en
aquellos días.
En
una mirada periodística prudente y cristiana, prioricé ambos: la
formación en ciencias sociales y políticas en la Biblia, y fuera de
ella. Para la primera me valí de varios autores cristianos profundos y
serios, no partidarios, y de mucha ponderación filosófica personal; y
para la segunda, cursé 9 módulos en el Ministerio del Interior de
Argentina en las más preclaras exposiciones de políticos renombrados de
la época, aunque sí, todos justicialistas. Periodística, porque antes ya
me había formado en el oficio, y Julio Romero me despidió del empleo en
Diario Época porque ya en aquellos años de la Guerra de Malvinas
manejaba lo que se iría a publicar al otro día buscando el equilibrio,
sin favorecimientos a Derecha o Izquierda, y él quería solo la versión
peronista de él.
En
lo demás, no vale la pena exponerme como “Justo” que soy de nombre e
índole, porque ahí sí parecería estar constituyéndome en abogado del
Diablo. Sólo preciso afirmar que el día en que cualquier hermano mío,
pastor o amigo pudiera describir sus enojos contra Cristina y el
Kirchnerismo como válidamente cristianos y bíblicos, tomaré el camino de
la redención, humillándome y pidiendo perdón, y también callándome.
Pero mientras son pastores los que juzgan mal, de manera indebida, y
calumniosa, no podré menos que seguir manifestándome, porque mi función
no es política. Es cristiana, con conocimiento de lo que hago, sin
necesitar de alguien que me asesore…
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